Emperatriz Abandonada – Capítulo 8: Una cerradura oxidada y una llave de plata (1)

Traducido por Lugiia

Editado por Yusuke


Tras el regreso de mi padre, el ambiente en la mansión cambió por completo. Ya no se sentía vacía, ni siquiera con todo el personal. Ahora, volvía a ser un lugar acogedor y reconfortante.

Aunque debía de estar muy cansado tras un largo viaje, vino a buscarme en cuanto se cambió.

—Te veo más delgada. ¿No hubo problemas durante mi ausencia?

—Así es, no hubo nada fuera de lo normal.

Cuando me encontré con sus ojos llenos de preocupación, una oleada de tristeza me invadió. A pesar de ello, solo pude decir que no había pasado nada.

Después de mirarme en silencio durante un momento, mi padre me atrajo hacia su abrazo. Tal vez suspiró, ya que sentí un cálido aliento tocar la coronilla de mi cabeza.

—¿De verdad? Debió de ser una carga muy fuerte para ti sola —dijo en voz baja. Al no escuchar respuesta de mi parte, continuó—: Siento haber estado fuera tanto tiempo. Ni siquiera pude enviar un mensaje adecuado los últimos dos meses. Debería haber previsto que estarías preocupada. Fue mi error.

—Papá.

—Hmm, debería hablar con el mayordomo. Parece que has perdido algo de peso. No debe estar haciendo bien su trabajo.

—Eso…

¿Era tan obvio? La mayor parte del tiempo no había podido comer debido a mi extrema ansiedad. Dudé por un momento sobre mis próximas palabras.

¿Qué debería decirle? No podía contarle lo que había pasado, pero tampoco podía dejar que el impecable mayordomo se llevara la peor parte.

—¿Tia?

—Sí, papá.

—No voy a preguntar. Puedes decírmelo cuando te sientas preparada.

Mientras me sentaba, sin saber qué decir, mi padre dijo aquellas palabras y me dio unas ligeras palmaditas en la espalda. Había pasado mucho tiempo desde que no sentía el amor y el calor de mi padre. Se me formó un nudo en mi garganta.

—Gracias.

—No hace falta que me des las gracias.

—¿Qué tal tu viaje? Debe haber sido duro ir a varias partes del Imperio.

—Fue mejor de lo esperado. La oficina administrativa hizo un buen trabajo con los preparativos previos. Sin embargo, en nuestro regreso hubo un problema momentáneo que nos retrasó.

—Ya veo. Eso es un alivio.

Se hizo el silencio por un momento. Me quedé sentada, sin querer abandonar su cálido abrazo. En ese instante, lo oí decir con voz grave:

—No te preocupes demasiado, Tia… —Mi padre, después de ver mi mirada ante sus palabras, suspiró y añadió—: No quería hablar más del tema, pero parece que estás ansiosa. Sé que estás preocupada por el asunto del emperador; sin embargo, no te preocupes. Creo que el emperador ha entendido mis palabras. No actuará de forma precipitada.

¿Podría ser realmente tan simple? No es que no confiara en mi padre, pero ¿de verdad las cosas terminarían así bien? La expresión del príncipe heredero no parecía que fuera a aceptar tan fácilmente nuestra decisión.

—Tia.

Levanté la mirada cuando me llamó por mi nombre, con una voz llena de pesar. Mi padre lanzó un profundo suspiro y me abrazó con fuerza. Los brazos que me abrazaban temblaban. Cuando iba a preguntarle por qué, me detuve. El temblor provenía de mí.

—Quiero irme…

Sin darme cuenta, las palabras se escaparon de mi boca junto con un suspiro. Mi padre pensó un momento antes de hablar.

—Entonces, vámonos.

—¿Qué? ¿De verdad?

—Sí. ¿Qué tal si nos tomamos un tiempo y vamos a visitar nuestra casa de campo? Nunca has estado allí.

—Me encantaría, pero…

—Entonces, está decidido. Pediré al emperador un permiso. Empieza a prepararte mientras tanto. Vayamos juntos.

Ante sus palabras, levanté la cabeza bruscamente.

¿Habla en serio? Acababa de regresar y era probable que hubiera muchas cosas que necesitaran su atención. Tal vez se dio cuenta de mi sorpresa, porque una leve sonrisa adornó sus labios.

—Está bien. Si mi hija lo quiere, moveré cielo y tierra para concedérselo.

—Gracias.

Ante sus suaves caricias en mi cabello, los nervios que me habían asolado se disiparon y mi cuerpo perdió toda su energía. En su cálido abrazo, mis ojos se fueron cerrando y, finalmente, me quedé dormida.

♦ ♦ ♦

En aquel momento, pensé que no dejarían ir tan fácilmente a la cabeza de la familia Monique, después de haber estado fuera mucho tiempo. Sin embargo, al día siguiente, mi padre volvió de verdad con un mes de vacaciones.

Según las leyes creadas desde la fundación del Imperio, todas las casas de campo pertenecientes a un marquesado, debían estar situadas en las fronteras. Sin embargo, nuestra familia tenía una situada a solo dos días de viaje desde la capital. Esto se debía a los vínculos especiales entre la familia imperial y la nuestra, haciendo que nuestro viaje hasta allí fuera rápido.

—Ha pasado mucho tiempo, Ben. ¿Has estado bien?

—Bienvenido, maestro. Siempre es lo mismo para mí. ¿Qué puede pasarle a un viejo como yo que simplemente espera la muerte? Parece que tiene mejor aspecto que la última vez.

—Me siento mejor.

—Señorita, ha crecido mucho. Ahora parece una dama respetable.

Al haber pasado tanto tiempo sin ver su rostro, la agradable sorpresa me hizo sonreír. Él estuvo durante mucho tiempo trabajando en nuestra mansión situada en la capital, pero después de pasar sus funciones a su hijo, volvió a esta casa de campo donde había poco que hacer. Ante su amable sonrisa, mi corazón se sintió cálido. Sabía que este lugar me iba a encantar.

♦ ♦ ♦

Un mes pasó rápidamente.

Ha pasado mucho tiempo desde que logré tener días tan tranquilos y pacíficos. Entrenando con los caballeros de nuestra familia, mirando los documentos que manejaba mi padre, aprendiendo de ellos y teniendo conversaciones casuales con Lina.

Mis nervios por fin se habían apaciguado. A veces me sentía ansiosa o me invadía una sensación de vacío, pero siempre que eso ocurría, estaba el abrazo de mi padre que podía curarlo todo.

Sin embargo, al poco tiempo, el mundo real volvió a entrometerse. Justo cuando nuestro mes estaba a punto de terminar, tuvimos dos visitantes provenientes de la capital.

—¿Señor Seymour? ¿Señor June?

—Ha pasado un tiempo, señorita.

—Señorita Aristia, ¿ha estado bien?

Los dos hombres con uniformes blancos agacharon la cabeza. Aunque me alegraba ver caras conocidas, su presencia me ponía nerviosa.

¿Por qué habían venido hasta aquí? ¿Venían con un mensaje del príncipe heredero? ¿Tenía que ir al palacio de inmediato?

Mi corazón empezó a latir con rapidez. Al cabo de un momento, mi padre recibió el mensaje de su visita y entró en el salón. Los dos caballeros saludaron mientras discutían su objetivo al venir.

—Lealtad al Imperio. Sirrent Ce Seymour, de la guardia real, saluda al comandante del segundo escuadrón de caballeros.

—Eryton Su June, de la guardia real, saluda a Su Excelencia, el marqués Monique. Lealtad al Imperio.

—Honor al león. Es bueno verlos, señor Seymour y señor June. Pero ¿qué hacen aquí los guardias reales?

—Hemos recibido una orden del príncipe heredero.

—¿El príncipe heredero?

—Sí, nos ha ordenado que protejamos a la señorita Aristia en caso de que decida quedarse más tiempo en la casa de campo una vez terminadas las vacaciones de Su Excelencia.

—¿Proteger?

Mi corazón se hundió. Aunque el emperador había enviado antes guardias reales para mí, ¿cómo debía sentirme cuando la persona que los había ordenado esta vez no era el emperador sino el príncipe heredero?

¿Por qué había dado esa orden? ¿Era una respuesta a la conversación del mes pasado? ¿Era una advertencia indirecta de que nunca podría escapar de la familia imperial?

Se me heló la espina dorsal al recordar sus fríos y brillantes ojos azul marino. Mi padre, quien había estado sumido en sus pensamientos mientras fruncía el ceño, asintió con la cabeza.

—Hmm, entiendo. Primero tengo que comprobar si mi hija va a prolongar su estancia. No tardará más que unos días recibir la respuesta, así que pueden quedarse aquí hasta entonces. Podemos hablar del resto más tarde.

—Entendido, Su Excelencia.

Los dos caballeros hicieron una ligera reverencia y siguieron al mayordomo. Mi padre los miró fijamente mientras se iban y suspiró.

—¿Qué te gustaría hacer, Tia? ¿Quieres volver a la capital conmigo?

—Yo…

—Está bien. Sé sincera conmigo.

Todavía no me sentía cómoda volviendo a la capital. Tenía miedo de encontrarme con el príncipe heredero. Sin embargo, mi padre siempre había sido una persona prudente, y como tal, al haber hecho esa sugerencia sobre mi estadía, debía tener planeado algo bajo la manga. Aun así, mis temores no habían remitido del todo.

Todavía recordaba vívidamente cómo el príncipe heredero había hablado sin una pizca de emoción. Sus palabras en las que se ofrecía a mantener mi condición de emperatriz, así como su rostro cuando sonreía con su expresión de desagrado.

Lo mismo pensaba sobre encontrarme con Allendis. Evidentemente, me encontraría con él si volvía a la capital. Todavía no sabía cómo debía tratarlo. Solo de pensarlo me sentía frustrada.

—Quiero quedarme aquí…

Tras dudar un poco, decidí evitarlos. Aunque sabía que esto no era propio de mí, quería poder relajarme un poco más.

—Ya veo. Aunque me decepciona un poco no poder estar contigo, si eso es lo que deseas, no se puede evitar. Entonces, puedes quedarte aquí hasta que te sientas preparada. Vendré cuando tenga tiempo.

—Gracias. Y…, lo siento.

—No pasa nada. Aunque me molesta un poco que el príncipe heredero haya enviado a la guardia real, al menos no tendré que preocuparme por tu seguridad. Aun así, ten cuidado, Tia. Si pasa algo, ponte en contacto conmigo.

—Sí, papá.

Aunque parecía preocupado, aceptó mi opinión sin refutar. Me sentía tan apenada y culpable como siempre por no haberme presionado nunca. Agaché la cabeza mientras salía del salón.

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