Emperatriz Abandonada – Capítulo 8: Una cerradura oxidada y una llave de plata (2)

Traducido por Lugiia

Editado por Yusuke


♦ ♦ ♦

Tres días después de que mi padre se fuera a la capital, el mayordomo me entregó una carta cuando regresaba del entrenamiento.

¿Quién podría haberla enviado?

Ladeando la cabeza, tomé el sobre. Se me cortó la respiración al ver el emblema estampado en él. Dos llaves cruzadas, rodeadas por una corona de hojas de laurel.

El emblema de la casa Verita.

Era el primer mensaje de Allendis después de que lo echara. ¿Qué contendría esta carta? ¿Sería una crítica por haberle echado? ¿O un anuncio de que no volvería a verme?

Tras dudar un momento, abrí el sobre. Sosteniendo el pergamino verde claro cuidadosamente doblado, comencé a leer con lentitud, notando a primera vista un saludo informal escrito en la cabecera.

Hola, Tia.

Aunque me enteré mucho antes de que te has ido a tu casa de campo, decidí escribirte ahora. Quería pedirte perdón en ese entonces, pero pensé que ambos necesitábamos algo de tiempo.

Tenías razón. No confié en ti y dudé de tus palabras. Sé mejor que nadie que prefieres no responder a darle vueltas al asunto, pero aun así, fui un tonto al pensar que simplemente estabas cambiando de tema. Después de pensarlo con cuidado, me di cuenta de lo tonto que fui.

Te había pedido que confiaras en mí primero, pero fui incapaz de hacer lo mismo contigo. No tengo nada más que decir que lo siento, Tia. Lo siento de verdad.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y no pude seguir leyendo la carta. Pronto, las gotas se convirtieron en un chorro constante mientras me limpiaba los ojos en silencio. Sintiéndome conflictiva, dejé la carta y la guardé lentamente en mi cajón.

Después de recibir la segunda carta de Allendis, tomé repetidamente la pluma para volver a soltarla. Cuando recibí la tercera carta, me limité a golpear el papel con la pluma, incapaz de escribir una sola palabra.

La siguiente carta, y la siguiente, fue lo mismo. El tiempo que pasaba suspirando frente a un papel vacío no hacía más que aumentar, y no podía enviar una respuesta a Allendis.

Un día, un visitante inesperado vino a buscarme.

—Ha pasado un tiempo.

—¿Carsein?

El chico que saltó del caballo me saludó con voz alegre. Ladeé la cabeza al ver su cabello rojo fuego agitándose con la brisa.

¿Qué era? Parecía un poco diferente por alguna razón. No, eso no era lo importante ahora. ¿Por qué estaba aquí?

—¿Qué es esa mirada? Y a un invitado que apenas llegó hasta aquí.

—Ah, lo siento. Pero ¿qué haces aquí?

—Voy a pasar unos meses aquí. Ah, no me mires así. He recibido el permiso de Su Excelencia.

—¿Mi padre?

—Sí. Es por un trato que hicieron nuestras familias.

—¿Un trato?

—¿Qué? ¿No lo sabías?

¿Qué estaba diciendo? Aunque le hice una pregunta, sospechando de su motivo, Carsein no pareció entender mientras la respondía.

¿La familia Rass hizo algún tipo de trato con nuestra familia? ¿Qué debía ser para que Carsein viniera hasta aquí?

—¿Recuerdas lo que te dije? Que el manejo de la espada que has estado practicando no te convenía.

—Sí, lo recuerdo.

—Entonces, será más fácil explicarlo. El tipo de esgrima en el que se especializa la familia Monique es difícil de aprender para una mujer normal. No obstante, ese no es el caso de la esgrima de nuestra familia.

—¿Y?

—Por lo tanto, tu padre hizo una petición oficial a mi familia. Tu familia compartirá una habilidad, y yo te enseñaré a cambio la esgrima adecuada para una mujer.

¿Qué? Para una familia de guerreros, la habilidad única de la familia con la espada era su orgullo y marca registrada. Sin embargo, ¿mi padre transmitió una habilidad a otra familia solo por mí?

Ante mi sorpresa, el chico me sonrió y habló:

—Ah, no te preocupes. Las personas que participan en el trato somos solo tú y yo. No se compartirá con nadie más.

—Ya veo. Es un alivio.

—Sí. Así que, en primer lugar, hemos acordado enseñarte algo de nuestra familia. Puedo aprender la habilidad de tu familia más tarde. De todos modos, por eso he venido a enseñarte.

—Ya veo.

Sus ojos se llenaron de un espíritu juguetón.

—Ahora, llámame maestro.

—No quiero hacerlo.

—¿Por qué? Yo soy tu maestro ahora. He venido a enseñarte.

—Aun así, no quiero.

—¿Es tan terrible llamarme así una vez?

El chico se dio la vuelta mientras me lanzaba una expresión de fastidio. Echando su cabello barrido por el viento hacia atrás, estaba a punto de alejarse cuando se detuvo y se quedó quieto. Sacó algo de su bolsillo y me lo lanzó.

—¿Qué es esto?

—¿Cuándo me hablarás amablemente?

—No lo sé.

—Ah, olvídalo. Esto es lo que te ha mandado el mocoso de color hierba. He hecho mi parte.

¿Hierba? Ah, Allendis.

Me quedé mirando el sobre verde claro que desprendía un aroma fresco. Como si Carsein se sintiera frustrado por la forma en que me limitaba a juguetear con él en lugar de abrirlo, habló:

—Ah, esto es demasiado frustrante de ver. ¿Te has peleado con ese mocoso?

¿Pelear? ¿Podría decir eso de nosotros cuando él se había acercado solo para que yo lo rechazara?

—Ustedes dos son muy divertidos. En ese entonces, ustedes eran irritablemente cercanos y no se separaban, ¿y ahora esto?

No pude decir nada ante sus palabras.

—Quería deshacerme de eso en mi camino, si no fuera por su expresión. ¡Ah, olvídalo! De todos modos, ahora sabes que puedo ser generoso. ¿Quién iba a pensar que aquel mocoso loco podía tener un aspecto tan lamentable?

Carsein chasqueó la lengua en señal de desaprobación y se dio la vuelta. El silencio me envolvió. Mirando el sobre verde claro que tenía en la mano, lo abrí lentamente.

Hola, Tia.

Hace unos días, el joven Carsein vino de repente y me dijo que te visitaría a tu casa de campo. Dijo que había recibido un permiso oficial de Su Excelencia.

Como era un asunto entre tu familia y la suya, no pregunté más, pero de todos modos, pensé que si él estaba allí, al menos no te sentirías sola.

Volví a mi habitación con un suspiro. Había prometido escribir una respuesta esta vez, pero cuando extendí un papel y tomé la pluma, mi cabeza se quedó en blanco de nuevo.

Sin embargo, las palabras de Carsein pesaban en mi mente de tal manera que tenía que enviar una respuesta. Sabía que Allendis se sentía muy dolido, pero al escuchar que tenía un aspecto lamentable, mi corazón se sintió pesado.

Debo escribir algo. Cualquier cosa.

Aunque intenté animarme de forma constante, no pude escribir ni una sola palabra. Miré fijamente el trozo de papel y suspiré antes de dejar la pluma. Doblé el papel en blanco, lo metí en un sobre y le puse mi sello.

Esto era lo mejor que podía hacer por ahora.

♦ ♦ ♦

—Otra vez.

—Otra vez…

—¡Otra vez!

Carsein era un profesor más estricto de lo que pensaba. Incluso si tenía una ligera complicación, continuaba presionándome.

No sabía por qué, pero estaba decidido a mejorar mis habilidades en poco tiempo.

—Ah, esto es tan frustrante. ¿No puedes hacerlo bien? ¡Pon más fuerza! ¡Oye, así no es! —gritó enfadado y me miró con desaprobación.

Era un buen profesor, pero se irritaba a cada momento. Se esforzaba en corregir cada error que cometía y en prestar atención al más mínimo detalle.

Mientras agitaba mi espada, pensando en las partes que Carsein había señalado, incluso yo podía sentir que mis habilidades mejoraban día a día.

Habían pasado seis meses desde que llegué a la casa de campo con mi padre.

El caluroso verano había pasado sin apenas darme cuenta, y poco a poco iba haciendo más frío. Sonreí cuando me golpeó el viento frío. Ya no practicaría hasta que todo mi cuerpo ardiera, ni Lina seguiría regañándome con el cuidado de la piel.

—Vamos a terminar con esto. Has mejorado mucho.

—¿Cuál es la ocasión? Me estás felicitando.

—No bromeo cuando se trata de esgrima. Realmente has mejorado mucho. Si sigues entrenando así, creo que incluso podrías aspirar a convertirte en caballero en unos años.

—Eso es una tontería, pero gracias, Carsein.

Después de pasar dos temporadas juntos, mi relación con él había cambiado mucho. El mayor cambio fue que ambos comenzamos a hablar de forma casual en un tono amistoso.

Espera, no. Él me había hablado de forma casual desde el principio, así que más que los dos, lo correcto era decir que solo yo había empezado a hablarle de esa manera.

Secándome el sudor, me dirigí a la mansión. Aunque el clima se había enfriado, mi cuerpo seguía cubierto de sudor después de pasar mucho tiempo bajo el ardiente sol. Me lavé el cuerpo y bajé a la planta baja, donde una doncella trajo pastel y té.

Contemplando el ondulante té rojo, me giré para mirar hacia mi lado. El señor Seymour estaba en la puerta con su uniforme blanco.

—Siempre está trabajando mucho. ¿Le gustaría una taza de té?

—No, señorita. Está bien.

—No la rechace, aproveche de humedecer su garganta al menos. No me siento a gusto viéndolo así de pie.

—Está bien. Gracias, señorita.

Entregando la taza de té al caballero rubio, saboreé el sabor agridulce del hibisco mientras miraba las cartas que habían llegado hoy.

Veamos. Esta llegó para Carsein, y esta fue enviada por Allendis.

Mientras abría el sello del sobre verde claro, Carsein, quien de alguna manera se había acomodado en el asiento a mi lado, habló con voz enfurruñada:

—¿Qué? ¿Otra vez una carta? ¿Qué dice esta vez?

—Vete, Carsein. ¿Por qué miras las cartas de los demás?

—Ah, está bien, no miraré. Qué mezquina.

Carsein se despeinó el cabello rojo, molesto, mientras tiraba de su propia carta hacia él. ¿Acaso nuestro intercambio parecía divertido? Sonreí tímidamente al señor Seymour, quien nos había sonreído, y abrí el sobre. Aunque al principio había sido difícil enviar una respuesta, ya que las cartas se habían intercambiado de forma constante durante dos temporadas, nuestra incómoda relación se estaba recuperando poco a poco.

Hola, Tia.

Recibí tu carta anterior, y también pensé detenidamente en lo que me has dicho.

A partir de los fragmentos que me contaste en tus cartas, reuní toda la historia. Te dedicaste por completo a un hombre, pero te abandonó. Creo que la persona a la que te refieres podría ser el príncipe heredero. Al final, como resultado, tu padre murió y tu familia se separó.

Si todo es cierto, me parece que fue una pesadilla aterradora. Una muy mala.

Cuando había leído casi la mitad de la carta, Lina entró y me pasó otro sobre.

Me quedé helada al ver el emblema del león estampado en el sobre. Era el primer mensaje de la familia imperial que recibía desde que mi padre dejó la casa de campo.

—¿Por qué tienes esa expresión? ¿Volvieron a discut…?

El chico, quien había estado diciendo algo con voz molesta, cerró lentamente la boca. Sus ojos azules se fijaron en el emblema del león. Incluso el señor Seymour, quien había estado de pie en silencio dentro de la habitación, dejó salir un profundo suspiro. Dejé la carta de color verde claro que no había terminado y recogí con vacilación la de la familia imperial. Respirando hondo, comencé a leer la carta escrita con aquella letra tan llamativa.

Según el lujoso papel blanco, el príncipe heredero saldría de la capital hacia las zonas fronterizas para hacer una inspección. Durante su viaje, haría una visita a la casa de campo de la familia Monique.

Tenía que prepararme.

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