Reina Villana – Capítulo 57: Agua y aceite

Traducido por Dimah

Editado por Ayanami


El Canciller Verus estaba seguro de una cosa: durante el último mes, algo había cambiado entre la pareja real.

¿Debo esperar a que suceda el peor de los escenarios? Pensó.

El Canciller tenía fe en la inteligencia, racionalidad y pensamiento lógico del rey. Pero no debe olvidar que, pese a ser un gobernante, también era solo un hombre. Estaban obligados a cambiar en algún momento; nadie puede resistirse a los encantos que tiene una mujer.

Y la reina era, de hecho, una belleza incomparable.

Hace tres años, aún después de su matrimonio, muchos hombres aún anhelaban tener a la reina. Ella había sido la comidilla de la ciudad durante mucho tiempo y Verus no estaba ciego. Reconoció su belleza, no puede negarlo. Por lo tanto, no es imposible que el rey se enamore de ella.

Necesito programar una audiencia con la ex general, pensó Verus preocupado, Seguramente la baronesa Marianne ha notado estos cambios.

♦ ♦ ♦

Solo necesitó un momento para mirar la medicina, pero finalmente, Eugene tomó el digestor que Marianne le había dado y se lo metió en la boca.

Tendré hambre esta noche si debo digerir estos alimentos rápidamente. Pensó mientras llevaba la medicina a su boca y la pasaba con agua. Cuando terminó, Marianne sugirió dar un breve paseo, ya que la medicina toma su tiempo para surtir efecto.

—Su Majestad, ¿por qué no sale a caminar por unos minutos? —Le propuso Marianne. —Si la indigestión se agrava, el dolor solo se duplicará mientras duermes. —Explicó. Eugene asintió agradecida, antes de hacer precisamente eso.

Desafortunadamente, dondequiera que fuera, era seguida por los sirvientes.

Suspiro. Definitivamente, nunca más, voy a fingir otro dolor de estómago. Se quejó consigo misma al darse cuenta de lo que había provocado.

Finalmente, entendió por qué Jin nunca salía de su estudio. Fue allí donde pudo encontrar algo de paz y tranquilidad. Era el lugar donde podía estar sola.

No había anticipado que llegaría a comprender tanto a Jin. Pensó divertida, antes de recordar que mientras Jin estaba en el estudio, nunca permitió que alguien la molestara. ¿Quién podría siquiera confirmar que ella se encontraba adentro? Eugene pensó y frunció el ceño.

La caminata, en general, no fue molesta, de hecho, puede considerarla bastante agradable.

Los pasillos por los que había caminado, de noche, parecían un mundo completamente diferente; tan diferentes de la mañana cuando brillan en todo su esplendor. Había algo de luz, pero se encontraba tan alta que el corredor estaba cubierto por las sombras.

Si Jin realmente salía del palacio con regularidad, necesitaba analizarlo profundamente desde el principio. Pensó mientras admiraba los largos pilares de los pasillos. Pero a pesar de que se sorprendía con la vista, sus pensamientos se centraron en Jin Anika.

Si Jin tenía un secreto, estoy segura de que no estaría alojado dentro de los muros del palacio.

Ella pensó en su versión de cuando Jin desapareció; la gente solo había asumido que estuvo involucrada en algún horrible accidente. Y tan rápido como se difundió la noticia, también se extinguió y Jin fue olvidada. Nadie cuestionó siquiera por qué había desaparecido, a nadie le importaba especialmente.

Sin mencionar que la General Sarah es una persona meticulosa. Definitivamente y, pese al tamaño e inmensidad del palacio, habría encontrado el pasadizo secreto que usó Jin cuando había desaparecido. Era lógico llegar a esta conclusión.

Ah, hizo una pausa, Allí estaba el hombre, el de mis visiones.

Sus ojos carmesíes destellaron en lo profundo de su mente.

Ojos rojos. “El símbolo de los Larks.

Los Larks fueron creados por Mara; obedecían y respondían solo a su poder.

Por eso los seguidores de Mara tenían los ojos rojos. Pero este conocimiento era mayormente desconocido para los Maharianos. Ni siquiera serían capaces de analizar tal cosa y vincular a estas personas con los Larks y, en última instancia, con Mara.

Además, sus ojos tampoco estaban completamente rojos.

Debido a que los rebeldes de Mahar, también llamados los “hijos de Mara”, estaban sujetos a exclusión y discriminación, el enrojecimiento de sus pupilas, a menudo, los delataba, haciéndoles difícil pasar desapercibidos.

Esto se debió a que el rojo en sus pupilas era causado por el poder de Mara, quien habita dentro de cada individuo. Este poder los hizo poderosos y, a menudo, significaba que se les otorgaba el estatus más alto dentro de las filas de Mara, lo suficiente como para ser un sacerdote principal.

El hombre al que vio en sus visiones no tenía los ojos rojos, sino de un tono avellana. Pero podía ponerlos rojos a voluntad.

No, algo no está bien. Pensó: Hay algo que me está molestando.

Además de que su sociedad era cerrada y secreta, su sistema jerárquico lo era aún más. Si el hombre tenía el rango de sumo sacerdote entre los rebeldes, debía ser un seguidor absoluto de Mara.

Pero ella lo vio, inclinándose ante Jin, con la frente presionada contra el suelo, incluso antes de que ella llamara a Mara. Lo que significaba que no estaba simplemente cumpliendo con lo que Jin había preparado, sino que la respetaba e incluso la adoraba.

Quienquiera que haya sido, Jin no estaba sola en esto. Lo que prueba que ella tenía a su propia gente. La pregunta es, ¿cuántos? Se preocupó. Eugene no sabía a quién podía preguntarle o dónde encontrarlos. Ni siquiera sabía qué preguntar cuando se le presentara la oportunidad.

En primer lugar, le resultaba extremadamente difícil salir del palacio sin que alguien la viera, a menos que hiciera las cosas como lo hizo Jin.

A través del estudio.

Ella podría hacerlo… Quizás… Si solo toma a un puñado de sirvientes y les dice que desea estar sola… Entonces, tal vez, le sea posible escapar sin que nadie se dé cuenta de que había salido.

No, me retracto, no quiero hacerlo como ella.

Ya había decidido que actuaría como la Reina y asumiría más responsabilidades para aliviar los deberes del Rey del Desierto. No puedo simplemente volver a mis viejas costumbres, parecería que he cambiado de opinión.

Además, no quiero arriesgar la buena relación que tengo con Marianne, junto con los demás a mi alrededor, y afectarla solo por curiosidad.

Empecemos igual que antes, vamos a la posada con la excusa de conocer el pueblo, luego, tal vez, pueda recorrer más. Pensó y estuvo satisfecha con su nuevo plan.

Mientras Eugene caminaba, no se dio cuenta de que había una pared frente a ella y la golpeó con toda su fuerza, lo que la hizo tropezar y caer hacia atrás. Afortunadamente, alguien la había atrapado. No era una pared, sino un hombre, quien deslizó su brazo alrededor de su cintura antes de acercarla a él.

—¿En qué estás pensando? —Preguntó una voz familiar. Eugene sintió que se le cortaba el aliento en la garganta cuando miró hacia arriba y vio que era Kasser. —Debes tener cuidado, —continuó, —está oscuro aquí.

—B-bien, —se apartó tartamudeando mientras recuperaba la orientación. —Saliste de la nada, ¿cómo iba a verte? —Preguntó ella y él arqueó una ceja.

—He estado parado en el mismo lugar desde hace tiempo. —Le dijo Kasser. —Estaba seguro de que habías notado mi presencia. No esperaba que te toparas conmigo de esa manera. —Reflexionó con un ligero regocijo y una tenue sonrisa.

Era una vista divertida, la reina no pudo ver al rey y chocó de cara contra él. Fue hilarante. Sobre todo, porque mantuvo la mirada fija como si algo fuera interesante.

—¿Es el techo tan interesante? —Preguntó mientras él también elevaba su rostro. Quizás, vea en qué estaba tan enfocada.

Avergonzada, Eugene negó con la cabeza.

—No, solo estaba pensando, —respondió, y Kasser la miró directamente a los ojos.

—¿Acerca de? —Se aproximó. Mientras, Eugene luchaba por hallar las palabras adecuadas para decir. No pudo encontrar una excusa viable. Así que hizo lo único que pudo.

Le golpeó el pecho suavemente, como para decirle que se fuera, antes de sonreírle tímidamente. Él le permitió retirarse y se hizo a un lado.

—Me sorprendiste, —dijo, Kasser frunció el ceño cuando la vio reanudar su marcha. Él la siguió, igualando su ritmo.

—¿Adónde te dirigías?

—A ningún lugar en específico. —Le respondió sinceramente. —Acabo de salir a caminar. Órdenes del médico, luego se detuvo y se volvió hacia él, —¿qué hay de su Alteza? ¿A dónde ibas?

—También estaba dando un paseo.

—¿Por qué? —Eugene preguntó con curiosidad, pero el rey solo se encogió de hombros.

—No necesitas una razón para dar un paseo, —respondió.

Los sirvientes que los seguían aminoraron el paso y, finalmente, se detuvieron ante el gesto del Gran Chambelán, quien acababa de llegar. Los dos continuaron por el pasillo, y el eco de sus voces se desvaneció en la oscuridad. El Gran Chambelán observó encantado como se alejaban y giró la cabeza al escuchar un ruido cercano.

Los sirvientes charlaban y reían entre ellos. Al darse cuenta de que los estaba mirando, guardaron silencio y retrocedieron para poner atención.

—Pretendan que nunca vieron ni escucharon nada esta noche. ¿Lo entienden? —Les preguntó, mirándolos severamente, los sirvientes asintieron.

—Sí, Gran Chambelán. —Con un gesto de su mano, partieron para reanudar sus quehaceres.

A pesar de despedir a los sirvientes sin el permiso de sus señores, el chambelán no se preocupó. Incluso estaba seguro de que el rey estaría agradecido por la privacidad que les brindó.

Eugene finalmente notó que no había nadie más que ellos dos en los alrededores.

—Debimos haber caminado demasiado rápido. —Comentó Eugene cuando no vio a nadie.

Kasser también miró hacia atrás. Se dio cuenta del momento en el que todos se fueron, pero no vio la necesidad de señalarlo.

—¿Los convoco? —Le preguntó a ella.

Eugene negó con la cabeza. —No, no es necesario. —Dijo.  —Además, no creo que los necesitemos. Sin embargo, ¿no te molesta saber que siempre hay alguien siguiéndote?

—Realmente no. —Él admitió. —En realidad es conveniente, después de todo, solo los miro cuando los necesito.

Ah, pensó al darse cuenta, un gusto adquirido que solo la realeza tendría. Definitivamente soy un plebeyo.

—¿Sigue siendo incómodo? —Kasser preguntó de repente.

Eugene lo negó. —Creo que no. —Respondió. —Al menos no tanto como antes.

Kasser sonrió levemente.

Me refiero a tu estómago.

—Oh. —Ella rió, dándose cuenta de su malentendido. —Todo está bien ahora. Mi estómago ya no está incómodo. Me siento perfectamente bien. —Su sonrisa se congeló en su lugar, sintiendo un poco de culpa por su pretensión.

Pronto llegaron al final del pasillo. Hacia su izquierda había un camino que conducía a un tramo de escaleras, al otro lado había una puerta de vidrio. Su altura era tan alta como ella. Se abría desde el interior, y más allá había un balcón.

Eugene pensó que el palacio tenía muchas ventanas y puertas de vidrio.

Acercándose a la puerta de cristal, la reina miró hacia el cielo y vio una luna roja como la sangre brillando sobre ellos.

Se veía así durante el período activo. Pero a pesar de que la luna era roja, su luz permaneció como siempre, fría pero reluciente en su recorrido.

Luego, la puerta se abrió cuando una mano suave le dio un ligero empujón, sorprendiéndola momentáneamente.

—Está abierto.

—Qué mala gestión, —dijo.

 Eugene sonrió nerviosamente, inventando una excusa en el acto.

—Probablemente se deba a que me enfermé. En su apuro por ayudarme, se olvidaron de volver a revisar las cerraduras. Por favor, no los castigues. —Eugene añadió apresuradamente.

Kasser la miró contemplativo. Eugene ya se sentía mal por mentir, solo se sentiría peor si los castigaban por negligencia debido a que ella los distrajo.

Kasser finalmente dejó escapar una risa leve.

—Aunque no creo que tengas la culpa, lo que creas que es correcto no es asunto mío, sino tuyo.

—Oh.

Eugene desvió la mirada, preguntándose si realmente podría manejar todo este palacio. Y aunque la asustó, no pudo evitar sentirse orgullosa de sí misma por una vez. Ganando confianza, finalmente abrió las puertas y salió al balcón, respirando la fresca brisa nocturna.

A ella le gustaba salir a los balcones por la noche. Si nadie la hubiera seguido, lo habría hecho mucho antes. Pero, tal como estaban las cosas, los sirvientes la acompañaban a todas partes. Es por ese motivo que luchó contra una infinidad de impulsos para evitar parecer estúpida frente a sus súbditos.

Eugene se volvió para mirar a Kasser. Cuando lo vio frunciendo el ceño un poco, pero sin decir nada, continuó valientemente, y siguió alejándose. El balcón era más grande de lo esperado y los pasamanos la hacían sentir segura.

Se inclinó sobre la barandilla y miró hacia abajo. Era de una altura similar o, posiblemente mayor que aquella de la que Kasser había saltado una vez. Lo sintió caminando hacia ella y deteniéndose justo a su lado.

—Su Majestad, ¿ha estado aquí antes? —Le preguntó.

Kasser negó. —No.

—¿Ni siquiera cuando eras un niño? —Preguntó incrédula.

Él le dirigió una mirada extraña. —¿Qué te hace pensar que lo habría hecho durante mi infancia?

—Los niños son aventureros y curiosos. Están dispuestos a salir y explorar. Especialmente lugares como este que parecen peligrosos. —Ella dijo en un tono práctico.

Kasser la miró curioso. —¿Eras así? —Preguntó suavemente.

Eugene casi había respondido sin pensar, pero se detuvo antes de hacerlo.

—No recuerdo.

Un sudor frío rodó por su espalda. Eugene estudió cuidadosamente su rostro. No estaba segura de si él estaba tratando de llevarla a algo o estaba esperando a que ella cometiera un desliz.

—¿No te lastimas al saltar desde una gran altura? —Preguntó, cambiando de tema.

Afortunadamente, Kasser no pensó mucho en eso.

—Mi Praz hará su trabajo.

—¿Desde qué altura puedes saltar? ¿Puedes saltar con alguien?

—¿Fue tan impresionante cuando salté la última vez? —Preguntó, con una leve sonrisa en su rostro.

Eugene se sonrojó. —¿Te ofendí? —Preguntó vacilante.

Kasser pensó por un momento y pronto negó con la cabeza.

Nadie había tratado nunca su habilidad para usar su Praz como si fuera un talento. Se sintió bastante agradable. Su pregunta era extraña, pero no sonaba como si tuviera intenciones ocultas, por lo que no se ofendió.

—¿No te sientes incómoda?

—¿Yo? ¿Acerca de? —Ella preguntó.

Kasser la miró fijamente por un momento, antes de girar sus ojos hacia la luna.

—Tampoco debes recordar esto. —Él empezó. —Pero un Praz y una Ramita son como el agua y el aceite. No se mezclan bien juntos. De hecho, la Ramita de Anika es altamente reactiva al Praz de un rey. La gente, a menudo decía que algunos de ellos incluso huirían al ver a un rey porque es una sensación insoportable. —Terminó.

Eugene frunció el ceño. —¿De verdad?

Kasser asintió con rigidez, dejando a Eugene una vez más con sus pensamientos.

Bueno, esta es la primera vez que lo oigo, pensó.

Existían tantas cosas que no sabía sobre un mundo del que era consciente, era su creadora. Casi quería darse por vencida. Pero alejó la preocupación de su cabeza y cambió lo negativo por algo bastante productivo.

Me aseguraré de recordar la próxima vez. Ella pensó resueltamente. Ya no podía permitirse el lujo de cometer errores.

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